La biología da respuesta a una de las dudas retóricas más recurrentes de la sabiduría popular: ¿qué vino antes, el huevo o la gallina? Sabemos que huevo es un organismo celular más sencillo, luego tuvo que llegar primero.
¿Y en cultura qué viene antes, el contenedor o el contenido? La polémica cronología del Centro Niemeyer de Avilés nos ayuda a entender una vez más que de nada sirve crear espacios multifuncionales de vanguardia si no están sujetos a una misión bien definida, con programas de contenidos coherentes y con una línea de comunicación clara. Si además incluimos la rapacidad y los inevitables intereses políticos y mediáticos en este cóctel, la insostenibilidad de la propuesta y su fracaso están garantizados.
Hace unos días descubría que los gestores del proyecto, nacido a la vera de la Fundación Principe de Asturias, lidiaban ya en 2007 con una alianza elitista de centros culturales al estilo del G8 en uno de los peores arranques conceptuales de cuantos hemos presenciado en el ámbito de la cultura de los últimos años. En el citado artículo se hacía referencia a la necesidad de “empezar a diseñar una nueva estrategia de marketing cultural” partiendo de la nada, sin tener en cuenta las tradiciones del territorio donde se asienta la institución, como si diera lo mismo que hablemos de Asturias o de Australia. Y así ha sido, puesto que la única constante que se ha repetido a lo largo de la trayectoria del Niemeyer ha sido la de “proyección internacional”, de cero a infinito sin contar hasta tres y empezando la casa por el tejado, tan propio de muchas instituciones españolas. Durante años los medios se hicieron eco de cada visita mediática a las obras del edificio mientras que las quejas ante la falta de información sobre las actividades diarias del Centro apenas tuvieron repercusión. ¿Qué favor hace este derroche de pretenciosidad y dudoso gusto a la imagen del Centro? ¿Cuál es la verdadera finalidad de crear centros culturales de renombre sin antes superar un análisis de demanda potencial, demanda real, y viabilidad a medio plazo? ¿Qué sería prioritario, aceptar la propuesta de un arquitecto estrella (“…un efecto Niemeyer capaz de rivalizar con el efecto Guggenheim.”) o revitalizar un espacio degradado en el entorno de la comarca industrial a través de la cultura? Bilbao trazó un plan integral que contó con el respaldo de la sociedad vasca apostando por un efecto llamada que revertiría positivamente en los ciudadanos, y aunque para muchos los efectos de este cambio siguen siendo discutibles, partieron del largo plazo para trascender la mentalidad colectiva. No ha sido el caso del Principado, cuyos objetivos jamás tuvieron en cuenta la ciudadanía y el territorio.
Durante las últimas semanas de 2011 pudimos ver cómo se sucedían muestras de apoyo más o menos justificadas al proyecto a pesar del descontento de la población, hasta que por fin se confirmaba que el Centro había pasado a manos de la sociedad mercantil pública RECREA. Aún hoy, si alguien observa indicios de un enunciado que resuelva hacia dónde discurrirá su programación y política de comunicación, ruego lo analice, lo contraste y lo difunda con ayuda de la biología si hace falta cuanto antes.
Artículos, bibliografía y recursos en internet
• El futuro del Centro Niemeyer. El País, 20/12/2011
• Esteban, Iñaki. El efecto Guggenheim, Ed. Anagrama
• @CentroNiemeyer en Twitter